El día que nos enseñaron a pensar

Nunca olvidaré el día que nos enseñaron a pensar. Para mi fue una gran impresión, como si se hubiesen caído los muros de la habitación cerrada en la que habíamos estado viviendo y viésemos, por primera vez, el horizonte.

No se si recordareis que estando en primero, el Hno Francisco, titular de nuestra clase, se puso un día enfermo y vino a sustituirle el Hno Joaquín, que era profesor de Preu y a quien luego le tendríamos en Preu nosotros. Llegó a clase, saludó, nos dijo que el Hno Francisco estaba enfermo y trazó una línea horizontal en la pizarra y un segmento de recta, también horizontal, en otra parte de la pizarra. Se sentó en silencio, atrayendo toda la atención de la clase sobre semejante enigma, y tras un par de largos minutos preguntó: ¿Cómo podríamos trasladar el segmento de recta sobre la recta?

Me quedé de piedra, era la primera vez que un profesor preguntaba en clase algo que no estaba en los libros o ponía un problema para el que previamente no hubiésemos estudiado la fórmula. “El área del triangulo es un medio de la base por la altura”. “Si tenemos un triángulo de seis centímetros de base y tres centímetros de altura, ¿Cuánto mide su área?”

Pero esta vez, nadie había explicado nada previamente sobre algo así; sabíamos, sí, la diferencia entre una recta ilimitada y un segmento acotado, pero nunca se habló de mover algo pintado en un lado de la pizarra a otro lado, y ahí estaba la pregunta clamando sobre un fondo de silencio total. La respuesta no estaba en los libros y, contra lo usual a esos casos, no era cuestión de recordar nada. La respuesta tenia que salir de nosotros, pero de algún sitio ajeno a la memoria.

Y me puse a pensar. De repente, se me ocurrió que si nos quitábamos un cordón del zapato y lo estirábamos sobre el segmento, marcando con un pulgar un extremo y con otro pulgar el otro, luego podríamos llevar el cordón tenso sobre la recta y marcando los extremos tendríamos el segmento sobre la recta. Y me atreví a decirlo en voz alta, temiendo haber dicho un disparate.

El Hno Joaquín pidió que lo hiciese. Salí a la pizarra, me quité el cordón del zapato y deje marcado un segmento sobre la recta. El hermano me mandó sentar y se puso a explicar que además del cordón de zapato podríamos utilizar cualquier tipo de “transportador”: un compás, un trozo de papel lo suficientemente largo, una barra de hierro o un transportador virtual, como una regla graduada o una cinta métrica, de forma que midiendo la longitud del segmento podríamos luego medir esa longitud sobre la recta, con esa misma regla o con otra que estuviese graduada con la misma escala. Y a partir de ahí, se puso a explicar el concepto de medir.

Os confieso que desde ese día, estaba deseando llegar a Preu para dar clase con el Hno Joaquín.

Cuando años más tarde estuve dando clase en la escuela de ingenieros, con frecuencia ponía como problema la cuestión que luego iba a explicar y muchas veces en la vida, cuando tenía que enfrentarme a un problema nuevo, sobre el que no tenía ni la más mínima experiencia ni el menor conocimiento, me preguntaba a mi mismo: ¿Cuál será el cordón de zapato de este asunto?